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Obra investigadora


Teorema de la angustia inseparable

[17 de agosto de 2011]


Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises […]
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Federico García Lorca

     ¡Que no desfallece!

Es la inseparable angustia que no desfallece,
que nunca desfallece.
Hoy no sé por qué escribo.
     La tierra está sangrando
     la angustia que los tiempos han sembrado
     y el cielo vive sólo de sus dioses ancestrales.
No sé si es la vida o la muerte quien me llama;
si son sueños de sombras los cuerpos que caminan;
si es la vida o la voz,
ahogada en su lamento…
No.
Es sólo la inseparable angustia que nunca desfallece.

     ¡Que no desfallece!

I

La vida, cristal de lágrimas sin límites, germen
de harapientos niños de plástico sin juegos
nacidos entre cuervos de números y orugas
que aceptan sonrientes la muerte que les brindan
como manjar metálico de momias sin sepulcro,
que extienden su breve mano
ante un ciclón inmenso hambriento de vencidos,
ante un desprendimiento de huesos milenarios,
caudal airado de embravecida sangre.

La angustia.
La terrible,
la inseparable angustia,
carcoma silenciosa de muerte prolongada,
ensordecedor océano de noches sin estrellas.

II

Pregunto por esos que condenan la infancia.
Por aquellos que comercian con niños;
por los que se ríen de la inocencia,
por los que programan máquinas;
por los que taladran rocas y desvían ríos,
por los que surcan los espacios,
por los que sólo viven de computar los muertos.

Pregunto por esos que aplauden y sonríen.

III

Pregunto
por la pena negra,
por la reseca herida rociada con el llanto;
por el tumulto de grasas y cenizas
que, encendiendo rencores, apaga las gargantas.

Sé que la voz no sirve ya de nada,
pero es justo que el hombre, en su agonía,
denuncie, si quiere, la intocable técnica sagrada,
reniegue del progreso
y maldiga la máquina.

Hoy no sé siquiera por qué escribo.

No sé si es la mortal angustia quien me llama;
no sé si son sueños o sombras los seres que caminan;
no sé si es la voz,
ahogada en su lamento…

No.

Mas, aunque la vida no sea noble, ni buena, ni sagrada,
aunque, a falta de vivir, vamos muriendo,
quiero entender al hombre
y dar mi canto al viento por ser hombre.

José María Camacho Rojo

  • Este poema (en su primera versión) obtuvo el Primer premio de poesía (categoría universitaria) en el V Certamen Nacional Literario de Universidades Laborales, Alcalá de Henares, mayo de 1977.


Retrato

Breve presentación autobiográfica y poética (I)

[En Almería, 7 de enero de 2011]

     Saludos cordiales, mis queridos laborales, entrañables siempre, siempre presentes en la memoria (¡ay!, la memoria, ese regalo que los dioses, mis helénicos dioses, hicieron a los hombres; preciado don, pero, también, como los dioses, caprichosa, juguetona y, en ocasiones, traicionera. La memoria, en cualquier caso, selectiva siempre, tan libre, tan independiente, tan ajena, a veces, a nuestros deseos. Ya sabéis: el tiempo, ese que nos acompaña y fluye y pasa irreparablemente [Heráclito de Éfeso]). Unas breves palabras para vosotros, los que personalmente me conocéis y los que no. Para todos vosotros.

  ______

Nos bañamos y no nos bañamos en los mismos ríos…
(Heráclito de Efeso)

* * * * *

Te vi en Cazorla nacer…
(Antonio Machado)

   Laboral por vocación y convicción, y por naturaleza. Laboral por educación, porque el azar y los dioses así lo dispusieron. Laboral por libertad y esfuerzo y estudio.

   De nacimiento (23 de noviembre de 1958), castellano, manchego, de Moral de Calatrava [www.elmoraldecalatrava.com], en el campo de Calatrava. El que da nombre a la orden.
       También por vocación, profesor. Desde el 1 de enero de 1983, en la Universidad de Granada. Profesor de las poéticas que, desde mi tierna infancia (Antonio Machado), me cautivaron: literatura, filosofía y arte. Helénicos.

A continuación, tres textos, tres. No míos, pero míos: mi autobiografía, pero en palabras de tres de mis queridos y siempre presentes maestros en todo. Por si gustáis de su lectura. Vale ( Miguel de Cervantes).

1. MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Macha, II, XI:

   No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria, que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a los que los antiguos pusieron el nombre de dorados. Y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque los que en ella vivían ignoraban esas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre [; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen , sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.

2. ANTONIO MACHADO, Campos de Castilla [“Retrato”]

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

3. KONSTANTÍNOS KAVÁFIS, Ítaca (trad. J. M. Camacho Rojo)

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú nos llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que muchos sean los días de verano
que arribar te vean con gozo, con alegría,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano y ámbar,
y placenteros perfumes de mil tipos.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender. Pero aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
será mejor que dure muchos años,
y que llegues, viejo ya, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ella, jamás habrías partido,
Mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y, si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado.
Siendo ya tan viejo, con experiencia tanta,
Sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Itaca (Ιθάκη”, Caváfis)

Σα βγεις στον πηγαιμό για την Ιθάκη,
να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος,
γεμάτος περιπέτειες, γεμάτος γνώσεις.
Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,
τον θυμωμένο Ποσειδώνα μη φοβάσαι,
τέτοια στον δρόμο σου ποτέ σου δεν θα βρεις,
αν μέν’ η σκέψις σου υψηλή, αν εκλεκτή
συγκίνησις το πνεύμα και το σώμα σου αγγίζει.
Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,
τον άγριο Ποσειδώνα δεν θα συναντήσεις,
αν δεν τους κουβανείς μες στην ψυχή σου,
αν η ψυχή σου δεν τους στήνει εμπρός σου.Να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος.
Πολλά τα καλοκαιρινά πρωιά να είναι
που με τι ευχαρίστησι, με τι χαρά
θα μπαίνεις σε λιμένας πρωτοειδωμένους·
να σταματήσεις σ’ εμπορεία Φοινικικά,
και τες καλές πραγμάτειες ν’ αποκτήσεις,
σεντέφια και κοράλλια, κεχριμπάρια κ’ έβενους,
και ηδονικά μυρωδικά κάθε λογής,
όσο μπορείς πιο άφθονα ηδονικά μυρωδικά·
σε πόλεις Aιγυπτιακές πολλές να πας,
να μάθεις και να μάθεις απ’ τους σπουδασμένους.Πάντα στον νου σου νάχεις την Ιθάκη.
Το φθάσιμον εκεί είν’ ο προορισμός σου.
Aλλά μη βιάζεις το ταξείδι διόλου.
Καλλίτερα χρόνια πολλά να διαρκέσει·
και γέρος πια ν’ αράξεις στο νησί,
πλούσιος με όσα κέρδισες στον δρόμο,
μη προσδοκώντας πλούτη να σε δώσει η Ιθάκη.Η Ιθάκη σ’ έδωσε τ’ ωραίο ταξείδι.
Χωρίς αυτήν δεν θάβγαινες στον δρόμο.
Άλλα δεν έχει να σε δώσει πια.Κι αν πτωχική την βρεις, η Ιθάκη δεν σε γέλασε.
Έτσι σοφός που έγινες, με τόση πείρα,
ήδη θα το κατάλαβες η Ιθάκες τι σημαίνουν.

* * * * *

…hoy en Sanlúcar morir
(Antonio Machado)

___

… somos y no somos.
(Heráclito de Éfeso)

José María Camacho Rojo


Donde habite la palabra

Lecturas (1)

[Lunes, 31 de enero de 2011]

   Permitidme, entrañables laborales, compañeros, amigos, dar comienzo a esta sección, titulada Donde habite la palabra. Lecturas, que nuestro incansable Juan Antonio Olmo ha tenido la gentileza de encomendarme, con un reconocido, sentido y emocionado recuerdo para Mario Vargas Llosa (Arequipa [Perú], 1936), premio Nobel de Literatura en el pasado año 2010, premio Cervantes (1994) y premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), entre otros.

   Es mi propósito que las primeras entregas de esta sección sean unas breves acotaciones de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (Ángel González), una antología de textos y comentarios que, tomando como punto de partida informaciones relativas al mundo de las letras, nos sirvan para rememorar escenas de nuestros estudios, de nuestro trabajo, de nuestra vida en suma, en la siempre recordada Universidad Laboral de Córdoba. Con motivo de la reciente concesión del Nobel de Literatura (Elogio de la lectura y la ficción, 7 de diciembre de 2010), me ha parecido oportuno evocar, por las remembranzas que nos pueda traer a algunos la vida en la Laboral, el relato breve titulado Los cachorros (1967), escrito entre la conclusión de La casa verde y el inicio de Conversación en la catedral. Narra las peripecias vitales de Pichula Cuéllar, un muchacho, perteneciente al mundo de la sociedad limeña, castrado por un perro; gran parte de la historia transcurre en el Colegio Champagnat. Con esta novela corta Vargas Llosa logra una verdadera obra maestra de técnica narrativa: “la reconstrucción de la realidad a través de otra realidad puramente verbal”. Repárese en el hecho de que el narrador se incluye en la historia, lo que hace que asistamos a una narración coral, en estilo indirecto libre, en una jerga de colegiales, con abundantes onomatopeyas y otros recursos expresivos (“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos […]; (¿tú te bañarías?, después del match, ahora no, brrr qué frío) […]; guau, pero ese día, guau guau, cuando Judas se apareció en la puerta de los camarines, guau guau guau […]”). A continuación reproduzco el texto elegido, el comienzo del relato.

   “Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas […] Y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces […].
Las clases de Primaria terminaban a las cuatro, a las cuatro y diez el Hermano Lucio hacía romper filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol […] Y Cuéllar sacaba su puñalito y chas chas lo soñaba, deslonjaba y enterrabaaaaauuuu, mirando al cielo, uuuuuuaaauuuu, las dos manos en la boca, auauauauauuuuu: ¿qué tal gritaba Tarzán? Jugaban apenas hasta las cinco pues a esa hora salía la Media y a nosotros los grandes nos corrían de la cancha a las buenas o a las malas. Las lenguas afuera, sacudiéndonos y sudando recogían libros, sacos y corbatas y salíamos […].
   Pero Cuéllar, que era terco y se moría por jugar en el equipo, se entrenó tanto en el verano que al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierda en la selección de la clase: mens sana in corpore sano, decía el Hermano Agustín, ¿ya veíamos?, se puede ser buen deportista y aplicado en los estudios, que siguiéramos su ejemplo. ¿Cómo has hecho?, le decía Lalo, ¿de dónde esa cintura, esos pases, esa codicia de pelota, esos tiros al ángulo? Y él: lo había entrenado su primo el Chispas y su padre lo llevaba al Estadio todos los domingos y ahí, viendo a los craks, les aprendían los trucos ¿captábamos? […].

   En julio, para el Campeonato Interaños, el Hermano Agustín autorizó al equipo de « Cuarto A » a entrenarse dos veces por semana, los lunes y los viernes, a la hora de Dibujo y Música. Después del segundo recreo, cuando el patio quedaba vacío, mojadito por la garúa, lustrado como un chimpún nuevecito, los once seleccionados bajaban a la cancha, nos cambiábamos el uniforme y, con zapatos de fútbol y buzos negros, salían de los camarines en fila india, a paso gimnástico, encabezados por Lalo, el capitán. En todas las ventanas de las aulas aparecían caras envidiosas que espiaban sus carreras, había un vientecito frío que arrugaba las aguas de la piscina (¿tu te bañarías?, después del match, ahora no, brrr qué frío), sus saques, y movía las copas de los eucaliptos y ficus del Parque que asomaban sobre el muro amarillo del Colegio, sus penales y la mañana se iba volando: entrenamos regio, decía Cuéllar, bestial, ganaremos. Una hora después el Hermano Lucio tocaba el silbato y, mientras se desaguaban las aulas y los años formaban en el patio, los seleccionados nos vestíamos para ir sus casas a almorzar. Pero Cuéllar se demoraba porque […] se metía siempre a la ducha después de los entrenamientos. A veces ellos se duchaban también, guau, pero ese día, guau guau, cuando Judas se apareció en la puerta de los camarines, guau guau guau, sólo Lalo y Cuéllar se estaban bañando: guau guau guau guau […] Lalo chilló se escapó mira hermano y alcanzó a cerrar la puertecita de la ducha en el hocico mismo del danés. Ahí, encogido, losetas blancas, azulejos y chorritos de agua, temblando, oyó los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, y oyó aullidos, saltos, choques, resbalones y después sólo ladridos […] Dios mío […], largo largo, la desesperación de los Hermanos, su terrible susto. Abrió la puerta y ya se lo llevaban, cargado, lo vio apenas entre las sotanas negras, ¿desmayado?, sí […], sí y sangrando, hermano, palabra, qué horrible: el baño entero era purita sangre”.


Donde habite la palabra

Lecturas (2)

[Lunes, 31 de enero de 2011]

Mario Vargas Llosa
Elogio de la lectura y la ficción
Discurso Premio Nobel de Literatura
7 diciembre de 2010

José María Camacho Rojo

   “La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño”. Septiembre. Octubre, octubre (José Luis Sampredo), 1974. Universidad Laboral de Córdoba. Sí. La lectura, los juegos de y con las palabras. Por fortuna, allí, en la Laboral, estaban los libros, las palabras. Y aprendí, leyendo. Aprendí que “vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer”. Aprendí también que “igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”. Y aprendí que “la buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan”, porque “la literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.
Y aprendí también, en Córdoba, en mi senequista Córdoba, supe, conocí el sentido de la palabra libertad y que “no debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización”.

   Amo a Córdoba, a mi Corduba romana. Sí. Romana. Y mora y judía. Córdoba, palimpsesto de culturas. Y amo a Moral de Calatrava, mi pueblo, la ciudad en la que nací. En la Mancha, en el campo de Calatrava. Sí, al lado, muy cerca, el castillo de la orden. El amor al lugar en que uno nació “no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a los padres e hijos, a los amigos entre sí”.

   Mi mejor amigo, desde la más tierna infancia, Juan Trujillo Cano, creó en el año 2002 la primera página web de Moral de Calatrava (www.elmoraldecalatrava.com), nuestro pueblo. Soy moraleño de nacimiento. Y de Calatrava. Y manchego. Y español. No sé. Pero, eso sí, al menos, me siento parte de “los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, [nos] trajeron a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento”.

   Y, desde la Laboral de Córdoba, visité París. Julio, 1975. París. Y Barcelona, “la capital cultural de España”, cosmopolita, universal. Sencillamente: universal.

   Y en Córdoba también, la muerte, el fin de una dictadura. Y la transición: “la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos […] Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz”. Ahora bien: no debemos confundir el nacionalismo y “su rechazo del otro, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños”, porque “la patria no son las banderas ni los himnos […], sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos”. La patria. O mejor, la matria.

   Poco después de aquel año cambió mi vida. Empecé a escribir: “y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad […] Desde entonces […], en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo ha sido la luz que señala la salida del túnel. Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda […], siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación”. Pero nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los días leyendo, escribiendo, siempre jugando con mis queridas, benditas, palabras. Porque, en definitiva, “escribir es una manera de vivir” (Flaubert). Y así…, hasta hoy.

(“Mario [José María], para lo único que tú sirves es para escribir”.)


 

Donde habite la palabra

Lecturas (3)

[22 de febrero de 2011]

MIGUEL DELIBES, Viejas historias de Castilla la Vieja

(“El pueblo en la cara”)

José María Camacho Rojo

   “Cuando yo salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me topé con el Aniano, el Cosario, bajo el chopo del Elicio, frente al palomar de la tía Zenona, ya en el camino de Pozal de la Culebra. Y el Aniano se vino a mí y me dijo: «¿Dónde va el Estudiante?». Y yo le dije: «¡Qué sé yo! Lejos». «¿Por tiempo?» dijo él. Y yo le dije: «Ni lo sé». Y él me dijo con su servicial docilidad: «Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?». Y yo le dije: «Nada, gracias Aniano». Ya en el año cinco, al marchar a la ciudad para lo del bachillerato, me avergonzaba ser de pueblo y que los profesores me preguntasen (sin indagar antes si yo era de pueblo o de ciudad): «Isidoro, ¿de qué pueblo eres tú?» Y también me mortificaba que los externos se dieran de codo y cuchichearan entre sí: «¿Te has fijado qué cara de pueblo tiene el Isidoro?» O, simplemente, que prescindieran de mí cuando echaban a pies para disputar una partida de zancos o de pelota china y dijeran despectivamente: «Ése no; ése es de pueblo». Y yo ponía buen cuidado por entonces en evitar decir: «Allá en mi pueblo»… o «El día que regrese a mi pueblo», pero, a pesar de ello, el Topo, el profesor de Aritmética y Geometría, me dijo una tarde en que yo no acertaba a demostrar que los ángulos de un triángulo equivalen a dos rectos: «Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara». Y, a partir de entonces, el hecho de ser de pueblo se me hacía una desgracia y yo no podía explicar cómo se cazan gorriones con cepos o colorines con liga, que los espárragos, junto al arroyo, brotarán más recio echándoles porquería de caballo, porque mis compañeros me menospreciaban y se reían de mí. Y toda mi ilusión, por aquel tiempo, estribaba en confundirme con los muchachos de ciudad y carecer de un pueblo que parecía que le marcaba a uno, como a las reses, hasta la muerte. Y cada vez que en vacaciones visitaba el pueblo, me ilusionaba que mis viejos amigos, que seguían matando tordas con el tirachinas y cazando ranas en la charca con un alfiler y un trapo rojo, dijeran con desprecio: «Mira el Isi, va cogiendo andares de señoritingo». Así que, en cuanto pude, me largué de allí, a Bilbao, donde decían que embarcaban mozos gratis para el Canal de Panamá y que luego le descontaban a uno el pasaje de la soldada. Pero aquello no me gustó, porque ya por entonces padecía yo del espinazo y me doblaba mal y se me antojaba que no estaba hecho para trabajos tan rudos y, así de que llegué, me puse primero de guardagujas y después de portero en la Escuela Normal y más tarde empecé a trabajar las radios Philips que dejaban una punta de pesos sin ensuciarse uno las manos. Pero lo curioso es que allá no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: «Allá, en mi pueblo, el cerdo lo matan así, o asao.» O bien: «Allá en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies » O bien: «Allá, en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcáreas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascarón» O bien: «Allá, en mi pueblo, si el enjambre se larga, basta arrimarle una escriña agujereada con una rama de carrasco para reintegrarle a la colmena.» Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro”.

   Hace la friolera de cuarenta. Sí. Cuarenta años. Tenía doce…Y, como Isidoro, como tantos vosotros, era de pueblo. Y tenía ya una novieta. [¡Mujeres! Hay mujeres veneno, mujeres imán…; hay mujeres consuelo, mujeres fatal. Hay mujeres que besan y matan…; hay mujeres que exploran secretas sentencias del alma. Hay mujeres envueltas en pieles…, en cuyas caderas no se pone el sol; mujeres que van al amor como van al trabajo. Hay mujeres capaces de hacerme perder la razón. De fuego, de helado metal. Hay mujeres… Mujeres consuelo, mujeres fatal. Veneno, imán, De fuego y helado metal. Hay mujeres consuelo, mujeres fatal.] Y mírame a la cara. Y atrévete a negarme. Y mírame a la cara. Que conoces tantas camas como historias que contarme. Mejor, no des detalles… Prefiero que te calles… Así, así está el tema.

   Bien. Era el caso, decía, que casi todos éramos de pueblo. Y yo no sé vosotros. Imagino que sí, que, como yo, que, como para Isidoro, para Miguel Delibes, ser de pueblo es un don de Dios, de los dioses. Reparad, aunque sólo sea un instante, unos minutos, en los recuerdos que tenéis, que tenemos, de los pueblos, de nuestros pueblos. Yo, por ejemplo, me acuerdo del río, del Jabalón, y, un poco arriba, subiendo, el arroyo. El arroyo era, para nosotros, los niños, un símbolo. El agua clara, cristalina, calcárea. Clara. Y, al lado, las amapolas, rojas. No lejos del arroyo estaban las eras. Allí se segaba y se recogía el grano y la paja. Y no lejos, muy cerca, estaba el colegio. Don Andrés, que luego fue alcalde; su hermano, don Juan Manuel; un tal don Juan, de Bolaños de Calatrava (al lado de Moral), creo recordar, con muy mala leche. Mala gente que camina y va apestando la tierra. Pero, al lado, en las eras, jugábamos, lo pasábamos bien: “¡Apedrea! Mañana, a las cuatro, apedrea”. Y nos partíamos la cara, la cabeza, ¡hostias, que me ha dao bien! ¡Hijo puta!” Y agua. Y arena. Nada. Barro. Un barrizal. Y eso, el barro, nos lo dábamos en las heridas; ¿estás bien?; sí, sí, ¡de puta madre!, ¿y tú? También, también, tranquilo. Vamos por ellos. ¡Qué cabrones! Oye, ¡que me han dao bien!. Pero ¿cómo tienes la herida? Na. Na. Esto no es na. ¿Y cuando te vea tu madre y tu padre? Pues nada. ¿Qué va a pasar? ¿No me van a matar a hostias? Vamos, digo yo.

   Y transcurrían las tardes. Los lunes, los domingos. Y yo, con mis novietas. ¡Joder, Jose! Pero, ¿cuántas tienes? Y yo qué coño sé… Y se iban las tardes, los atardeceres, las noches… Los domingos, los lunes…

   Y así pasaron los días, los meses, los años. Y murió mi madre. Y me fui a Córdoba. A la Universidad Laboral de Córdoba. Y nunca me dijeron: “Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara”. No. No me lo dijeron nunca. Pero es más. Mis amigos, todos mis amigos, mis compañeros, allí, en Córdoba, en nuestra Laboral, eran de pueblo. Como yo. Y desde entonces, desde aquella bendita época, todos, todos, todos nos dimos, empezamos a darnos cuenta de que ser de pueblo es un don. Sí, un don. Un don de los dioses, que no todos los humanos tienen. Un regalo, un don.


Donde habite la palabra

Lecturas (4)

ÍTACA

RETORNO DE ODISEO Y DELIRIO DE PENÉLOPE

(Al margen de Caváfis)

José María Camacho Rojo

[25 de abril de 2011]

I

A Ítaca cuando emprendas tu viaje
pide que el camino largo sea,
de peripecias lleno, lleno de experiencias.
A lestrigones y a cíclopes no los temas;
al irascible Posidón, tampoco.
En tu ruta no tropezarás con tales monstruos.
Nunca tendrás en el camino esos encuentros
si tú llegas a ser tú,
la mirada alta, libre el pensamiento,
ignorados los conjuros todos.

II

No.
Ni encontrarás en tu aventura
a lestrigones y a cíclopes
ni al fiero Posidón.
No.
Si tú no los llevas ya en tu corazón.
No.
Si no están ya bajo tu pie.

III

Desea que largo sea el camino.
Que las mañanas estivales muchas sean,
las mañanas que arribar te vean
con gozo y alegría, con ilusión renovada
a puertos que antes ignorabas.

IV

De Fenicia detente en los mercados;
detente.
Adquirir podrás sus bellas mercancías:
madreperlas y nácar, ébano y ámbar,
pluriformes perfumes placenteros.
Acércate;
acude, de Egipto, a sus ciudades.
Y aprende.
Aprende de los sabios.

V

A Ítaca
mantenla siempre en tu memoria.
Volver allí; ahí está tu destino.
Mas no hagas con prisas tu viaje.
Mejor será que dure muchos años,
que, viejo ya, arribes a tu siempre joven isla,
viejo tú. Y rico.
Y, si la encuentras pobre,
no te ha engañado Ítaca.
Sabio, con cuanto habrás ganado en el camino,
sabrás al fin qué significa Ítaca.

VI

Has conocido a Circe
y a Calipso, de lindas trenzas.
Y la sonrisa has cautivado de Nausícaa,
radiante y luminosa,
joven y bella,
la de blancos brazos:
forastero, quien quiera que seas…

VII

Pero no todo lo has ganado.
Sabes ya qué significa Ítaca.
Mas saber también debieras qué significa
de Penélope su amor al mar.
Penélope, iluso Ulises.
Penélope que, como tú,
miraba siempre el mar, la mar del incipiente día,
la mar de tu retorno no cumplido.
Y loca la llamaban.
Y loca la creían.
Mas junto al mar permanecía.
Y, quieta, la mar pernoctaba en sus mejillas,
diferente siempre, siempre la misma.
Y sí. Lo amó. Y la amó la mar. La poseyó.
Y, como bien sabes,
hombre rico en experiencias,
a quien Eros posee
enloquecido queda.


 

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